domingo, 26 de septiembre de 2010

Fin de mes

Pocas cosas más irritantes que terminar el mes en pleito con la Telefónica. O Movistar, como desde hace unos meses se autodenominan en un esfuerzo inútil porque la gente deje de asociarlos con todo lo que está mal en la prestación de servicios en este país. Pues eso, resulta que una vez más se han “equivocado” al hacer los cobros y han vuelto a cargar un servicio que cancelé hace varios meses. Ni siquiera voy a entrar en los detalles de las llamadas que he hecho para presentar mi reclamación. Esta empresa tiene un arte, un temple a prueba de gritos y sollozos, para desgastarte hasta un punto en el que te cuestionas qué vale más, si tu tiempo y tu salud mental, o los 10 euros mensuales que te vienen  birlando por un servicio que no utilizas porque no funciona. Venga, vamos a dejarnos de eufemismos y a ponerlo con todas sus letras: son unos ladrones y, lo más grave, las leyes están montadas para que empresas como ésta pueden abusar del consumidor sin que haya ningún tipo de consecuencias.
Alguien que dice llamarse Cliente ha llamado para pedir una cosa que se llama servicio, ¿sabes tú quién puede ser o de qué coño que habla?
Justamente el viernes hablábamos de esto con algunos colegas a la hora de la comida. La conversación giraba en torno a la experiencias amargas que todos los comensales, sin excepción, habían tenido con la susodicha: desde publicidad engañosa hasta acoso telefónico, pasando por cobros fraudulentos y un servicio al cliente lamentable. Como siempre sucede en estas situaciones, la charla se fue desviando y terminamos hablando de la atención al público en España. Uno que venía llegando de sus vacaciones en Nueva York comentó que lo que más le había sorprendido de Manhattan era lo bien que lo habían tratado en todos los sitios a donde había ido de shopping o donde había comido: meseros solícitos y atentos que no dejaron que se le vaciase el vaso de cerveza; vendedores que lo saludaron nada más verlo entrar en el local y que, por si fuera poco, le ayudaron a seleccionar la ropa. Un lujo. Cuando los comparó con la tía desagradable que  es ese momento nos retiraba los platos casi se deprimió. “Claro”, agregó otro, “es que allí trabajan por las propinas y la comisión; no tienen un sueldo como aquí.”  ¿Quiere decir esto que en España tenemos que resignarnos a que como clientes nos traten con la punta del pie?, ¿acaso nuestro modelo de bienestar está atrofiando al comercio y al sector de los servicios?

1 comentario:

  1. La cajera, al cliente, sin mirarlo, con cara de que tiene mucha prisa y nos hace un favor:

    -Pues mira, tres euros.

    ;-)

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